El variopinto 1992

Fermín Villar Chavarría
MONZA'83
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El variopinto 1992

Cada persona tiene en su memoria una fecha que recuerda especialmente; a menudo más de una. Normalmente es un hecho de un día exacto; curiosamente casi nunca se recuerda un mes. Pero sí que a menudo hablamos de algún año de nuestras vidas para condensar una o varias experiencias.

Si pensamos en muchos aficionados del mundial de motociclismo que, como dice una canción country, “nacimos en blanco y negro”, uno de los años que deben constar en nuestra memoria es el muy variopinto 1992.

Pasaron tantas cosas ese año que casi merece una enciclopedia propia. Para empezar, un dato que ese año para muchos pasó casi desapercibido pero que, con el devenir del tiempo, se ha mostrado como algo que cambió este deporte: Dorna empezó a gestionar los derechos del mundial de motociclismo. Como en todo, cada cual tendrá su opinión al respecto; el hecho es que ese fue su primer año y desde entonces, los cambios han sido enormes.

También en el aspecto organizativo, el circuito de Montmeló, que se había estrenado con el Superprestigio Solo Moto el año anterior, organizaba el GP de Europa, y campeonato del mundo volvía así a disputarse en tierras catalanas después de 16 años de no hacerlo (20 en el caso de la categoría de 500cc).

Y, centrándonos ya en el aspecto deportivo—y únicamente en la categoría máxima—el listado de efemérides da para muy buenas charlas nostálgicas y apasionadas.

Dennis, guiando al victorioso Alex Criville hasta lo más alto del podio

¿Por dónde empezar? Pues por un podio español en 500cc. En el GP de Gran Bretaña. El primer, único y merecidísimo podio en 500 del siempre valiente y siempre añorado Joan Garriga. Evidentemente sabemos que ese mismo 1992, en Malasia, el fenómeno Álex Crivillé, con el dorsal 28 en el carenado de su Honda NSR, ya había conseguido el primer podio de un español en la categoría reina. Y que, cuatro carreras antes de Donington, el mismo Crivillé logró en Assen la primera victoria en 500 de uno de los nuestros. Después Crivillé siguió escribiendo la historia. Garriga luego no tuvo tanta suerte. Pero para su palmarés queda que el “Comecocos 747” tiene un podio en 500, con una Yamaha YZR, en la época del paraíso perdido de las salvajes dos tiempos.

Por cierto que, cuando hablamos de Assen ’92  casi siempre pasamos por alto que un piloto “medio español” logró ese día su primer podio: Álex Barros. Además, fue también el primer podio en el medio litro para un piloto brasileño retomando la memoria de Eduardo Celso Santos.
Seguimos…

Barros corría en Cagiva y era compañero de equipo—y, suponemos, alumno aventajado—del piloto norteamericano con más títulos de 500: Eddie Lawson. Ese año 1992 fue el último de “Steady” Eddie (sobrenombre que no le gustaba demasiado) en el mundial, pero aún tuvo tiempo de vencer en el GP de Hungría. Logró la última victoria para su palmarés y, a la vez, la primera para Cagiva, cosa que lo convirtió en un ídolo en Italia. Era, además, la primera victoria de una marca europea desde la de MV Agusta en Alemania Occidental 1976 y Lawson engrandecía así su ya reconocida trayectoria siendo de los pocos pilotos en haber ganado con tres marcas distintas.

Alex Barros liderando la carrera de Assen, donde finalmente acabó en 3ª posición, con John Kocinski 2º y Alex Criville 1º

En el mismo circuito húngaro, el mejor subcampeón de la historia conseguía también su último podio. El espectacular Randy Mamola, tan simpático como rápido, estaba también en su último año. Como Lawson, Mamola venció GPs con tres marcas distintas, logró podios con cuatro marcas y, con esa 3ª posición, lograba otro hito particular: hizo podios mundialistas en tres décadas distintas.

A las retiradas de competición de un cuatro veces campeón (Lawson) y un cuatro veces subcampeón (Mamola) hubo que añadir ese año la retirada del primer australiano campeón del mundo de 500: Wayne Gardner. A veces apodado cocodrilo, quizá el sobrenombre que más justicia le hacía era el de “Wild Wayne” (Wayne el salvaje) por cómo llevaba la Honda NSR: sus derrapadas, cruzadas y peleas con el manillar y rueda delantera son inolvidables. Su victoria en Philip Island `90, con una lesión en la muñeca y el carenado colgando, es una de las imágenes grabadas en la retina de una generación de aficionados. En 1992, su temporada final, todavía ganaría el GP de Gran Bretaña. Y, como broche dorado, en la última carrera disputada en Sudáfrica quedó en segunda posición. Subió al podio junto a John Kocinski y Wayne Rainey. Y, bromista como era, Gardner miró a los dos pilotos y levantó los puños al aire mostrando sus dos dedos meñiques. ¿El motivo?  Los dos pilotos de Roberts habían sufrido amputaciones parciales en ese dedo y Gardner, que durante su carrera deportiva se había hecho mucho daño, se desquitó entre risas.

Las mismas risas que disfrutó por un rato el pelirrojo ganador de ese GP. John Kocinski acabó el año del mismo modo que los dos años anteriores: ganando la última carrera. Pero ese 1992 la tensión con Wayne Rainey, su compañero de equipo en el Team Roberts, llegó a extremos máximos. Como explica Dennis Noyes en su libro Cinta Americana, en ese último gran premio Roberts tuvo que poner en pie el primer muro de box de “la época moderna”. Rainey se jugaba el título y, mientras estaba en el box, no quería ver ni siquiera los pies de “Little John”. La consecuencia fue que Kocinski sería sustituido al año siguiente en el equipo de Kenny Roberts por el piloto que le había sucedido como campeón del mundo de dos y medio: Luca Cadalora.

Como decimos, el título de 1992 se decidió en Sudáfrica a favor de Wayne Rainey, quien venció por solo cuatro puntos sobre el que, hasta ese momento, era “el otro” australiano: Mick Doohan. Ese año, Honda sorprendió a sus rivales, una vez más, con el motor “big bang” en el que el orden de explosión de los cilindros hacía más dosificable la brutal potencia de las motos de 500. Doohan, que había ganado su primer GP en 1990 y otros dos en 1991, empezó el año con cinco victorias en las primeras siete carreras, incluyendo las cuatro primeras de manera consecutiva. Después de ese séptimo GP, disputado en Alemania, Doohan tenía 53 puntos de ventaja sobre Kevin Schwantz, segundo clasificado, y 65 sobre Rainey. Pero un brutal accidente en Holanda lo cambió todo. Una pierna que los médicos del circuito de Assen querían amputar y el doctor Claudio Costa ayudó a salvar; un trabajo de recuperación titánico y, para siempre más, una moto con el freno trasero en el pulgar izquierdo y una semilla en el ánimo de Mick Doohan. Perdió el campeonato ese año; tampoco ganó en 1993. Pero luego encadenó 5 años de dominio aplastante y de récords que tardarían en ser superados.

A pesar de haber empezado el año con cinco victorias en las primeras siete carreras, Doohan perdió el mundial del '92 a favor de Wayne Rainey

En las declaraciones posteriores a la última carrera de la temporada 1992, Rainey, con la camiseta de “World Champion” sobre su mono Marlboro-Yamaha dijo: “Ha sido una temporada extraña. Si, después del GP de Alemania, alguien me llega a decir que iba a ser campeón del mundo le hubiera dicho que estaba ´crazy´”. Luego, luciendo una sonrisa entre feliz y respetuosa hacia cierto rival añadió: “Las carreras no han sido demasiado amables con mucha gente este año”.

Duele recordar que, al año siguiente, esa poca amabilidad que a veces muestra nuestro amado deporte se cebaría con él. Ese 1992 “Mr Perfect” (como, seguramente con razón, le llaman algunos aficionados) ganó su tercer título de manera consecutiva. En ese momento no sabíamos que sería el último para Rainey o el último para el Team Roberts. Tampoco que tardaríamos ocho años en ver a otro norteamericano ganar el título. Pero lo que menos esperábamos, en un dato temporal que une a Agostini con Rossi, es que Yamaha, la marca que ganó el primer título de 500cc con una moto de dos tiempos, no iba a ganar con “motores de mezcla” nunca más. Y que pasarían doce largos años para que la marca de los diapasones volviera a llevarse el campeonato de la categoría máxima.

Como decíamos al principio, cada cual tendrá en su mente un día exacto, casi nunca un mes y, a menudo, un año en el que condensar recuerdos y experiencias. La sorprendente temporada 1992 nos trajo algunos finales pero también muchos inicios. En su momento, cada aficionado seguro que tenía unas preferencias casi exageradas a favor de un piloto o en contra de otro. Veintiocho años después, más allá de la nostalgia y de favoritismos personales, nos damos cuenta de que todos los pilotos nos regalaron carreras y vivencias que, de vez en cuando, son agradables de recordar.

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